El fracasado modelo neoliberal aplicado a rajatabla en Chile tiene variadas manifestaciones no siempre aquilatadas en su justa medida: ahí está el abandono en que se encuentran los cientos de miles de adolescentes y jóvenes provenientes de familias sin recursos que tempranamente ven cerradas las puertas de aquellas instancias que en una democracia plena les permitirían trasladarse a espacios desde los cuales acceder a un necesario desarrollo personal.
La exclusión en que los coloca la maquinaria dominante – más aún en este gobierno de la derecha empresarial – les impide incorporarse al régimen educacional y por ende al mundo del trabajo, provocándoles una fuerte carga emocional y de frustración social porque se ven reducidos a simples observadores del progreso económico y la prosperidad que otros alcanzan.
Gran parte de ese desencanto y esa decepción que se van acumulando desde la niñez a causa de sucesivas contrariedades que suman una tras otra, la descargan contra una sociedad conservadora inconmovible que se empeña en ignorarlos y no es capaz siquiera de tenderles una mano porque está modelada por un sistema que es reconocidamente injusto.
Está claro que el Estado empequeñecido manejado por gobiernos neoliberales considera que la única función que corresponde a estos N.N. es llevar una vida en blanco, sin nada útil que hacer, marcada por el ocio, manos en los bolsillos vacíos, condenados a la vagancia, sin futuro alguno por delante. Pareciera que se les ha destinado a una pobre existencia cuyo único norte es estar pateando piedras en sus poblaciones todo el día, todos los días.
Es la generación nini (ni estudia, ni trabaja) constituida hoy por más de 600 mil rostros juveniles cuya situación ha sido denunciada una y otra vez por voces progresistas de la Iglesia y sectores conscientes de la sociedad. Estas denuncias no han sido escuchadas por las autoridades gubernamentales que suelen ignorar a los que no figuran entre sus electores. En este Chile mercantilizado quienes carecen de fortunas no existen.
La sombra de la dictadura y sus seguidores hasta hoy oscurece la vida de estos lolos que pese a su corta edad tienen la suficiente madurez para no creer a la casta política encumbrada en el poder, servil al andamiaje capitalista que favorece sin pudor a los privilegiados por el poder del dinero. Estos se burlan de aquellos que por razones económicas no logran ingresar a la educación del siglo XXI, humanista y comprometida, y mucho menos pueden optar al régimen laboral. “Nos quieren ignorantes para ser mano de obra barata”, estamparon en una pancarta de protesta.
Esta generación criminalizada tiene motivos de sobra para expresar su ira incontenible. Ocurre con frecuencia que en la familia falta el abuelo, algún otro integrante o alguien cercano, desde la época del terrorismo de Estado y el genocidio en que los asesinatos y las desapariciones eran pesadilla de todos los días, y que sin embargo han ido quedando en la impunidad. A estas alturas nadie responde, porque los mandos castrenses “olvidaron” los crímenes cometidos, los que sin embargo están permanentemente en la memoria de hijos y nietos de las víctimas.
Un pequeño porcentaje de los jóvenes "nini" ha aprovechado la coyuntura de la insurrección popular en marcha para protestar – a su manera, con violencia, encapuchados, desafiantes – enfrentando a los cancerberos uniformados del modelo y a los violentistas de cuello y corbata que han saqueado sus precarias existencias arrebatándoles su identidad y sus expectativas. Por eso ha habido ataques selectivos a bancos, supermercados y farmacias que representan prácticas fuertemente cuestionadas como los abusos, los cobros indebidos y las colusiones que han significado severos daños a la población.
Las carencias sociales traducidas en exclusión y marginalidad se han convertido en agresividad, y la falta de oportunidades ha derivado en el afán de remarcar uno de los valores insustituibles del diario vivir como es la justicia social. En tal sentido, y como ya había ocurrido antes, los jóvenes y adolescentes llevan la delantera en las protestas masivas del Chile de hoy.
Con los medios que tienen a su disposición, todos hacen uso de la violencia. Algunos se limitan a utilizar piedras y adoquines; otros, todo el poder represivo que les confiere el Estado: Matías Orellana (25, egresado de la UPLA, profesor de educación física) es el enésimo joven que pierde uno de sus ojos al recibir el impacto de una bomba lacrimógena disparada por carabineros en la plaza Aníbal Pinto de Valparaíso, tras la celebración del espectáculo año nuevo en el mar.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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